Daniel Oliach. Centre Tecnològic Forestal de Catalunya
El cultivo de la trufa es uno de los últimos en incorporarse a la lista de actividades agrícolas apenas hace cuarenta años como disciplina técnica inaugurando la micotécnia.
La primera mitad de este periodo se centró en imitar a la naturaleza, tratar de recrear las condiciones más parecidas a las de las truferas naturales en una especie de Penjing más preocupado de la apariencia que de los procesos biológicos que cristalizan en la trufas. En la segunda mitad se producen los avances importantes en todos los aspectos del cultivo: la consolidación de la calidad de la planta de partida, el control de la vegetación, el riego, la labor del terreno, etc.
El primer avance, y clave para el resto, fue la producción de planta de calidad alta y consistente en todo el hábitat natural de la Trufa Negra. Una vez superado este obstáculo comenzaron a surgir todas las preguntas de cultivo en sí. Ni los agricultores ni la agronomía se habían enfrentado nunca a un reto similar. El objeto de cultivo es un supraorganismo, cuya parte de interés para los productores es invisible. Hay que reconocer la valentía de los pioneros de este cultivo.
El primer reto fue conseguir el crecimiento de la parte vascular sin que desapareciera el micobionte. En seguida se observó que el exceso de nutrientes o riego producían la pérdida de competitividad de la trufa respecto a otros hongos y su desaparición. La clave era encontrar los valores óptimos para el mayor número de parámetros posible que favorecieran el crecimiento y fructificación del T. melanosporum. Los primeros avances vinieron de la observación paciente y sistemática de la naturaleza. La construcción de largas series de precipitaciones relacionadas con la producción de trufa dio las primeras pistas, y los análisis de suelos de cientos de truferas silvestres fueron dibujando las condiciones ecológicas a imitar.
Toda esta información redujo la incertidumbre, pero tenía limitaciones. Con los métodos observacionales era imposible saber a cual de todos los parámetros que concurren en un sitio se debe la producción, o si la falta de producción se debe la las condiciones del sitio o a la falta de propágulos de cualquiera de los dos simbiontes.
El paso siguiente era obvio. Sobre la ingente base de información construida laboriosamente por algunos de los mejores científicos de este campo, comenzó el estudio experimental de los valores idóneos de los parámetros de cultivo. En este punto arrancan estudios repetidos por toda la geografía de la trufa que empiezan a acotar la necesidad o no de controlar la vegetación competidora, o de mejorar el sustrato o añadir agua en ciertas épocas.
Estos estudios han recibido un fuerte apoyo de las técnicas moleculares que en las últimas dos décadas han abierto una nueva ventana. El micelio del hongo ya es "visible" y es posible saber los efectos de modificaciones del medio sobre el crecimiento del micelio directamente.
La última frontera ya ha dejado de serlo desde la dilucidación del genoma completo de T. melanosporum. Las últimas incógnitas sobre la regulación de la formación de micorrizas y la fructificación, pronto dejarán de serlo.
Daniel Oliach. Centre Tecnològic Forestal de Catalunya
El cultivo de la trufa es uno de los últimos en incorporarse a la lista de actividades agrícolas apenas hace cuarenta años como disciplina técnica inaugurando la micotécnia.
La primera mitad de este periodo se centró en imitar a la naturaleza, tratar de recrear las condiciones más parecidas a las de las truferas naturales en una especie de Penjing más preocupado de la apariencia que de los procesos biológicos que cristalizan en la trufas. En la segunda mitad se producen los avances importantes en todos los aspectos del cultivo: la consolidación de la calidad de la planta de partida, el control de la vegetación, el riego, la labor del terreno, etc.
El primer avance, y clave para el resto, fue la producción de planta de calidad alta y consistente en todo el hábitat natural de la Trufa Negra. Una vez superado este obstáculo comenzaron a surgir todas las preguntas de cultivo en sí. Ni los agricultores ni la agronomía se habían enfrentado nunca a un reto similar. El objeto de cultivo es un supraorganismo, cuya parte de interés para los productores es invisible. Hay que reconocer la valentía de los pioneros de este cultivo.
El primer reto fue conseguir el crecimiento de la parte vascular sin que desapareciera el micobionte. En seguida se observó que el exceso de nutrientes o riego producían la pérdida de competitividad de la trufa respecto a otros hongos y su desaparición. La clave era encontrar los valores óptimos para el mayor número de parámetros posible que favorecieran el crecimiento y fructificación del T. melanosporum. Los primeros avances vinieron de la observación paciente y sistemática de la naturaleza. La construcción de largas series de precipitaciones relacionadas con la producción de trufa dio las primeras pistas, y los análisis de suelos de cientos de truferas silvestres fueron dibujando las condiciones ecológicas a imitar.
Toda esta información redujo la incertidumbre, pero tenía limitaciones. Con los métodos observacionales era imposible saber a cual de todos los parámetros que concurren en un sitio se debe la producción, o si la falta de producción se debe la las condiciones del sitio o a la falta de propágulos de cualquiera de los dos simbiontes.
El paso siguiente era obvio. Sobre la ingente base de información construida laboriosamente por algunos de los mejores científicos de este campo, comenzó el estudio experimental de los valores idóneos de los parámetros de cultivo. En este punto arrancan estudios repetidos por toda la geografía de la trufa que empiezan a acotar la necesidad o no de controlar la vegetación competidora, o de mejorar el sustrato o añadir agua en ciertas épocas.
Estos estudios han recibido un fuerte apoyo de las técnicas moleculares que en las últimas dos décadas han abierto una nueva ventana. El micelio del hongo ya es "visible" y es posible saber los efectos de modificaciones del medio sobre el crecimiento del micelio directamente.
La última frontera ya ha dejado de serlo desde la dilucidación del genoma completo de T. melanosporum. Las últimas incógnitas sobre la regulación de la formación de micorrizas y la fructificación, pronto dejarán de serlo.